Nos sigue poniendo nerviosos la visita al médico.
La comunicación médico-paciente es crucial, y tiene un impacto directo en la salud, tal vez es lo que más la condiciona. Y si esto es cierto a cualquier edad, lo es más en el caso de pacientes mayores.
(Si lo prefieres, puedes ver esta información en vídeo).
Precisamente, las personas mayores pueden dar fe de que, antiguamente, en la consulta del médico era este el que llevaba las riendas, y el paciente se limitaba a seguir a pies juntillas lo que le decía, sin rechistar. Hoy en día, esta relación ha cambiado, y se parece más a una relación en la que hay que trabajar de forma bien coordinada para lograr los mejores resultados. Aquí nos referimos a todos los profesionales de la salud, no solo a los médicos: enfermeras, farmacéuticos, terapeutas, etcétera. Establecer una buena comunicación implica tiempo y esfuerzo, tanto por parte del paciente como del médico, y del resto de profesionales sanitarios, claro.
Y a medida que se cumplen años se vuelve más importante poder hablar con frecuencia y cómodamente con el médico, no solo porque se puedan tener más achaques y tratamientos, sino también porque la salud tiene un mayor impacto en otros aspectos de la vida: de esto también hay que hablar.
Como vemos, hay razones de peso para preparar la visita al médico, y sacar el máximo provecho. Vamos por partes.
1.-Elegir las preguntas.
Hay que asumir que los médicos trabajan normalmente con mucha presión, no solo asistencial, y deben satisfacer al mismo tiempo diversos objetivos, a veces, contradictorios. Se sabe que uno cuenta, de media, con menos de 20 segundos para contar lo que quiere antes de que el médico interrumpa. Así que, por el bien de todos, es preferible elegir 3 o 4 preguntas, ordenadas por importancia, relacionadas con la especialidad del médico, y plantearlas al comienzo de la consulta. Esto es particularmente cierto en el caso de las consultas con el especialista. Recordemos que, ante una dolencia, uno debe acudir, generalmente, a su médico de cabecera, de atención primaria, para contarle todo lo relacionado con sus síntomas; pero si uno va a un especialista, conviene ceñirse a los aspectos concretos que tratará, no es necesario contar todo de nuevo.
2.-Llevar a alguien consigo.
Es fácil sentirse abrumado por la visita al médico, y que unas altas expectativas no cumplidas nos frustren, sobre todo si no hemos planificado bien la consulta, o si no somos capaces de asimilar toda la información. En estos casos, conviene hacerle saber de antemano a un amigo o familiar qué se espera de la visita, con tal de que lo recuerde, llegado el caso. Y por supuesto, que pueda tomar notas y recordar todo lo que el médico indique. Pero que no asuma un rol demasiado relevante, la cita es entre el médico y el paciente. No obstante, si el acompañante también es cuidador, es lógico que plantee sus preocupaciones, como qué cabe esperar del curso de la enfermedad, dónde encontrar información adicional, y a qué apoyos recurrir. Por cierto, es bueno saber que cada vez hay más empresas que ofrecen un servicio de acompañamiento, y facilitan orientarse a través de un complejo e intimidante sistema sanitario, especialmente cuando la persona está fuera de su entorno conocido, o tiene dificultades para entender todo lo que se le pide que haga.
3.-Ceñirse a lo importante.
Si el médico no tuviese más pacientes que atender, la consulta podría ser más relajada, y hablar del contexto de nuestra salud, lo cual también tiene su importancia, porque puede ayudar al médico a entender mejor la enfermedad, y orientar su tratamiento. Si hay que describir algún síntoma, esto es, una evidencia de enfermedad o trastorno, como dolor, fiebre, un bulto, una variación acusada de peso o dificultad para dormir, es mejor ser concisos. Es decir, dar una breve descripción, cuándo empezó, con qué frecuencia ocurre, si está mejorando o empeorando, y si interfiere en las actividades habituales. Y es que la exploración física y las pruebas aportan mucha información valiosa, pero son los síntomas los que orientan al médico en su diagnóstico.
Si aún así no se consigue hablar de todo lo que a uno le preocupa, se puede plantear la cuestión con tacto: “Sé que tienes muchos pacientes, pero estoy preocupado por esto. Me sentiría mucho mejor si pudiéramos hablar de ello un poco más”.
4.-Ser honestos.
Tenemos una tendencia natural a decir lo que suponemos que gustará. Y tal vez la figura del médico todavía impone, especialmente, a las personas mayores, acostumbradas a otro trato. En definitiva, puede temerse una respuesta airada, que se juzgue con dureza el no ceñirse estrictamente al tratamiento, o que siente mal hablar de efectos adversos de medicamentos prescritos con la mejor de las intenciones. Así que se requiere un mínimo de valentía para admitir que no se ha dejado de fumar, por ejemplo, o que no estamos cumpliendo del todo el tratamiento prescrito, por la razón que sea. Porque es imposible dar buenos consejos médicos basándose en suposiciones erróneas, ¿verdad?
5.-Recordar los límites.
Incluso el mejor médico puede ser incapaz de responder a algunas preguntas. Los médicos suelen centrarse en llegar a un diagnóstico, pero quizá no tanto en las cuestiones que más le interesan al paciente, las relacionadas con el pronóstico. Con todo, hay que insistir en trasladarle las preocupaciones, y que nos ayude a encontrar respuestas, ya sea a través de fuentes fiables de información sobre la salud, ya sea derivando a otro especialista. Pero si el médico desdeña por sistema las preguntas o los síntomas y los atribuye al envejecimiento, o ni siquiera se digna a mirar a los ojos, hay que plantearse seriamente buscar otro.
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